lunes, 29 de octubre de 2007

El poder de la mujer...

Este finde ha sido para pensar. Y no lo digo en general, sino para que realmente pensemos, en cosas que generalmente no pensamos, porque estamos ocupados haciendo nuestras propias vidas.
Fin de semana de elecciones. Cosa ardua y dura por la que pasamos. Increíble que lo único que nos defina como integrantes de una nación democrática (siendo el acto en si mismo de votar, elegir, la esencia de la libertad), sea algo que consideramos como un estorbo, en la mayoría de los casos. Y confieso que también lo he sentido.

El domingo fui a votar, con mi familia, como es costumbre (todos los Fernández votamos en el mismo lugar... mi mama una relegada que vota en la lejanía de otra escuela a 5 cuadras de la nuestra). Siempre voy a la misma hora, semi temprano, y después vuelvo y almuerzo. Pero cuando llegue, advertí que tendría que haber comido al menos una galletita. La cola de la mesa 1200 F llegaba hasta la puerta del colegio, siendo que esta ubicada en el fondo. Le sumamos que me levante y Oh!!! que sorpresa!!! mi amiguito del mes se decidió a visitarme. Que lindooo, día 1, sin drogas a la vista y yo llevando a mi dolor femenino a votar.

Estar 45 minutos esperando para hacer el acto democrático, te da tiempo para pensar... cosas. Como las del primer párrafo. Pero también cosas poco profundas como cuantas chicas tienen tatuajes. Y cuantos niños hay por todos lados. Y que la moda de las calzas no es para todas y que tener el DNI en la mano no les recuerda (aunque uno supondría lo contrario) a ciertas mujeres la verdadera edad que tienen.

También caí en la cuenta del poder que tenemos las mujeres. Ese poder muy femenino, muy de mujer, ese que te trasmite tu madre y que tus hermanos no podrían aprenderlo ni aunque quisieran. No hablo del tema de la seducción ni nada por el estilo.

Situación: unas 100 mujeres, de diferentes edades esperan su turno para votar. En el patio de una escuela techado con policarbobato traslucido (si alguien sabe de acondicionamiento térmico, estará enterado del temita del efecto invernadero.. si? bueno, volvamos). Entonces, estábamos todas ahí, y había unos 5 o 6 hombres, acompañando novias, otros cuidando niños... y uno en particular estaba sentado, en una silla que astutamente había cazado de anda a saber donde. A no menos de 2 mts de el una señora tenia una problema: su edad, su peso y sus rodillas no se ponían de acuerdo. El hombres solo le dio la silla cuando otras señoras le sugirieron que se la cediera, como solo las señoras mayores e indignadas lo saben hacer.
Y ahí el tema. La indignación femenina es un poder, que no solo te lo enseñan las generaciones anteriores (madres, tías y abuelas) sino que se contagia de otras mujeres.
En ese momento, en que las señoras le comentaron que estaría bueno que le diera el asiento a la señora en cuestión, fue como si una alarma silenciosa se hubiera encendido. Como los silbatos de perros. En cuestión de segundos todas las mujeres del lugar miraron al hombre, lo acusaron (acusamos) con la mirada.

Yo llamo a eso MIRADA DE INDIGNACIÓN FEMENINA (M.I.F.), y es un poder muy potente que si es bien utilizado, puede traumar a un hombre de por vida.

Después una señora le devolvió la silla, irónicamente al hombre, que no quiso tocarla, ni mirarla, ni insinuar nada sobre querer sentarse. Ya esta, estaba marcado.
Después de la MIF, lo que le sigue es el cuchicheo, así se desvanece. Algunas le dan vuelta la cara, mostrando desprecio total; mientras otras siguen mirándolo y a eso le suman un susurro, hablan con las otras, que no las conocen, pero somos hermanas de ese momento y eso es suficiente para entablar una conversación. (NOTA: en otra oportunidad charlaremos sobre las cosas que une a las mujeres). Poco a poco cada una vuelve a lo suyo... total ya no hay carne que roer de esos huesos.

Que mezcla de satisfacción personal con lastima por ese hombre. Por un lado fue instantáneo, no pude evitarlo. El MIF me contagio y saco esa mueca, que me enseño hará muchos años mi propia madre, y la use junto a muchas otras mujeres para masacrar a ese hombre. Y por otro lado me dio lastima, porque si no se puso a llorar, fue porque se contuvo todo lo que pudo.
Su tortura no iba a terminar ahí, pero el no lo sabia.

Es así. Las madres, tías, abuelas, les pasan a sus hijas, sobrinas y nietas, sabiduría. Que pasa de generación en generación.
Y el domingo fui parte de dos practicas esenciales en la vida de una mujer. Como ciudadana, el voto. Y como mujer, la practica colectiva de una tradición puramente femenina.